Los amigos de San Antón van a plantar un ciprés en el atrio del Convento de Santa Clara. A la Comunidad, y a vosotros, hermanos, os decimos:
I
Abrid, hermanas, la puerta
de este blanco recoleto
en que os tiene Amor cautivas
de enamorados silencios.
Abrid, abrid, el aprisco
donde el Pastor más discreto
a ovejas de lana pobre
torna en merinas del Cielo.
Abrid, que son aldabones
resquebrajados de yerros
los que baten, abatidos
por el peso de sus sueños,
maderas que cercan almas
hechas a abrazar maderos.
En el jardín abreviado,
triste memoria de huerto,
y entre las rosas nevadas,
dejad, hermanas, un hueco
que a un niño ciprés le preste
cobijo de tierra tierno.
Infantico arbusto llega,
hospiciano de viveros,
y trae pretensión de ser
monecillo del convento.
Al pañal de sus raíces,
le harán encajes los hielos;
sobrepellices las nieblas
del alba le irán poniendo;
y en la capa de su copa,
acunada por los vientos,
le colgará un sol tardío
dorados botafumeiros.
Por ganar grado de seise,
será nidal de jilgueros,
y cantarán pangelinguas
las lenguas de su cabello,
cucuruchito que sube
como vaharada de incienso.
¡Abrid, hermanas, la puerta
de este blanco recoleto,
que él viene a ser auditor
de enamorados silencios!
II
Adoctrinado de ausencias
y de rigores sufrido,
crecerá ciprés asceta,
como su hermano, el de Silos.
¡Tan levantado de glorias
y humildades de tan mínimo!
La columna de su tronco
vestirá sayal rojizo;
su caperuz verdi-negro,
como un lamento infinito,
hará subir por los aires
la angustia de un sueño místico.
Los vaivenes de su copa
serán las notas del himno
que en este compás de esperas,
vuelva a cantar Fray Francisco.
“¡Adiós, hermanos corderos!
-dirá, poetizando cirros,
cuando crucen, negros lobos,
el azulado pradillo-
¡Dios te guarde, hermana Luna,
plata nodriza de fríos!
¡Hermanas estrellas, salve
vuestra procesión de cirios!
¡Hermano Sol, yo saludo
la ardiente luz de tu símbolo!
Igual que el Amado, dejas
lo que tocas, encendido…”
¡Florecillas, fuentes claras,
piedras nobles, bravos riscos!
Y en vecindad, tan distantes,
los olivos, ¡los olivos!
Ellos, romos de codicias,
él, alargado de espíritu.
Soñando fraternidades,
los llamará con su grito,
manso clamor levantado
en soledades de siglos.
……………..
¡Adiós, ciprés! Aquí quedas,
de tu vocación cautivo.
De tus hermanos, los hombres,
serás notario de olvidos.
En Senda de los huertos 8, octubre-noviembre-diciembre 1987, págs. 107-108.
Unas imágenes preciosas. Muy bonito
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Gracias. Muy amable.
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